Época:
Inicio: Año 2000 A. C.
Fin: Año 750 D.C.

Antecedente:
Italia antes de Roma



Comentario

El Lacio Antiguo era la región en la que habitaron los antiguos latinos. Así lo definen también los autores antiguos, Latium vetus, para distinguirlo tanto del Lacio añadido, Latium adjectum, como de las colonias de derecho latino que se fueron implantando en diversos lugares de Italia durante los primeros siglos de la historia de Roma.
Los límites geográficos del Lacio Antiguo eran: los montes Lepinos, Prenestinos y Corniculanos por el Este, los montes de Terracina por el Sur, el mar por el Oeste y el Tíber por el Norte. En la margen derecha del Tíber estaban asentados los etruscos, era la ripa etrusca. En Nomentum comenzaba la Sabina. Hacia el Este se encontraba el país de los ecuos, al que pertenecían las ciudades -así consideradas al menos desde el siglo VIII a.C.- de Tibur (Tívoli) y Preneste (Palestrina). Desde los montes Lepini hasta el mar se extendían los Volscos y más lejos, hacia el Sur, en la actual Ciociaria, habitaban los hérnicos.

El valle del Lacio era una llanura que ofrecía excelentes condiciones para la explotación agrícola y ganadera, además de estar abierta al mar y ser punto de confluencia de varias vías terrestres, factores que propiciaron un rápido desarrollo económico de la región.

El elemento étnico latino nos hace remontarnos hasta finales del II milenio y comienzos del I a.C., época en la que llegaron a Italia grandes migraciones de pueblos indoeuropeos. En la I Edad del Hierro se da en gran parte de la Italia del Norte la llamada civilización villanoviana, que se extendió por Umbría y Etruria hasta el Tíber. La civilización villanoviana es el aspecto que en la Italia del Norte y del Centro tomó la civilización llamada de Hallstatt o de la primera Edad del Hierro y que desarrolló una poderosa industria metalúrgica cuyos productos fueron exportados hasta Europa Central. Característica también de esta civilización era la incineración. Las urnas cinerarias eran depositadas junto con los objetos personales del muerto: vasijas, armas, objetos de adorno... Pero en el Lacio las prácticas de incineración y de inhumación coexistieron ya desde los comienzos de la Edad del Hierro. Así, por ejemplo, mientras que en las necrópolis de los montes Albanos más antiguas se han encontrado urnas en forma de cabaña de arcilla, que contenían las cenizas de los difuntos, en la necrópolis que se extendía al pie del Esquilino en dirección al Capitolio, hay tumbas de inhumación y de incineración.

Devoto demostró que se formó una unidad cultural en torno al Lacio que se manifiesta en el uso de técnicas análogas en la producción de tipos cerámicos y en otros rasgos tales como el de la formulación onomástica, básicamente común a los itálicos del Lacio y a la Etruria Central. Mientras que la fórmula indoeuropea es la de nombres compuestos a veces acompañados por un patronímico, los latinos presentan una formulación, sin duda de origen etrusco, por la que la persona es nombrada con: praenomen, indicación personal, más nomen o gentilicio, seguido de la referencia al nombre del padre. Esta particularidad en la estructura onomástica es indicativa del valor que asume pronto el grupo gentilicio.

La penetración en Italia de pueblos indoeuropeos no implicó el asentamiento y sedentarización definitiva de todos ellos en poco tiempo. Así, por ejemplo, los sabelio-samnitas mediante las primaveras sagradas o ver sacrum, constituyeron grupos migratorios periódicos. Esta práctica consistía en la consagración, cada cierto tiempo, de un número de niños al dios Marte los cuales, cuando alcanzaban la mayoría de edad, emigraban en grupo y se instalaban en otro territorio. La razón última es, sin duda, la relativa superpoblación de la zona originaria. Este expansionismo complicaba el mapa de los pueblos de Italia y conllevaba el que otros pueblos a su vez tuvieran que desplazarse, como es el caso de los volscos que, además de adueñarse de la región pontina en el siglo V a.C., mantuvieron una presión constante sobre el Lacio.

Actualmente, ha quedado demostrado que entre el Bronce Final y la Edad del Hierro se producen una movilidad social importante y determinados cambios en el poblamiento de Italia. Así se constata el abandono de determinados núcleos urbanos y la consolidación y ampliación de otros. En el Lacio Antiguo estas modificaciones fueron bastante intensas durante el Hierro I y siguieron una tendencia similar a la del sur de Etruria aunque más moderada. Las ciudades, en el sentido real del término, surgirán en el Lacio mucho más lentamente. Hasta los siglos VIII-VII a.C. no puede hablarse sino de aldeas, algunas de las cuales pasaron a constituirse posteriormente en ciudades y otras, como Ardea o Ficana, no llegaron a ser ciudades nunca pese a que, en el caso de Ficana, se constata la existencia de un poblamiento ininterrumpido desde el Bronce Final hasta la época imperial. La causa sin duda reside en el hecho de que gran parte de su población fue absorbida por Roma, como sucedió con otras varias aldeas del Lacio.

Al margen de Roma, los poblados más importantes del Lacio fueron Preneste, Tibur, Gabii, tal vez Lavinium (Pratica di Mare)-como se va confirmando con las últimas excavaciones- y Alba Longa. Respecto a esta última, las fuentes dicen que fue destruida en el siglo VII a.C. por el rey romano Tulio Hostilio y que de la ciudad sólo se salvaron los templos.

Durante mucho tiempo se ha buscado inútilmente el emplazamiento de Alba Longa en todas las colinas albanas. Y la arqueología ha constatado la existencia de pequeñas aldeas a lo largo de todas las colinas que rodean el lago Albano. Aldeas que, como se comprueba través de las necrópolis, apenas tendrían unas decenas de personas y que se dedicarían a formas rudimentarias de agricultura. Desde el estudio de Grandazi, hoy día es generalmente admitido que Alba Longa era una federación de aldeas situadas en las colinas en torno al lago Albano, que contaban con un culto federal en honor a Júpiter. En torno a este santuario, se celebraban las ferias latinas, días durante los cuales se establecían los pactos y se dirimían los conflictos. Su destrucción por Roma fue sin duda necesaria para el desarrollo de la propia Roma, que trasvasó gran parte de su población y le permitió apropiarse de su territorio.

Preneste y Tibur aparecen, sin embargo, ya desde el siglo VIII a.C. como auténticas ciudades. Ambas tenían una excelente posición geográfica en el valle del Aniene y en el límite del territorio latino, que les permitía conectar bien con los sabinos y con el interior de Italia. Aunque no eran ciudades exclusivamente latinas, su posición geográfica facilitó la incorporación a su territorio de otros pueblos del interior no latinos, que terminaron siendo un nuevo aporte étnico para la formación del Lacio.

Hoy se consideran una invención de la historiografía griega los relatos sobre los supuestos fundadores de las ciudades latinas: Tibur -según estos relatos- habría sido fundada por tres hijos del rey de Argos, uno de los cuales se llamaba Tiburno. Praeneste había sido fundada por Telégono, hijo de Ulises.

Leyendas parecidas explican la fundación de Lavinium y de Roma e incluso el propio Lacio tomaría su nombre de su primer rey, Latino. Pero detrás de estas leyendas inconsistentes, se percibe claramente que el Lacio, ya desde los primeros siglos del I milenio, fue un territorio abierto a contactos

comerciales y en el que se asentaron grupos de población no sólo del interior de la península itálica, sino de otros puntos del Mediterráneo. Las ciudades del Lacio no surgieron en un solo momento como consecuencia de un acto fundacional, sino que fueron, al igual que la propia Roma, resultado de un generalmente lento proceso de formación.